EL CARTEL DEL GOLFO DE MEXICO
A muchos parece exagerado exigir la invalidación de las
elecciones, porque lo ven como disputa electoral al estilo sueco, en abstracción
del cinturón de criminalidad que rodea el fraude. No obstante, se trata de
políticos y medios amafiados no sólo para legitimar la elección, sino para
disimular el golpe de estado que se está perpetrando.
por Guadalupe Lizárraga
Mientras tiene lugar la calificación del Tribunal Electoral
sobre los miles de delitos cometidos por el PRI para imponer a su candidato
Enrique Peña Nieto como presidente, se puede observar la semejanza de la crisis
política que vive México con la Checoslovaquia de 1989, o con el terror que
vivió El Salvador, diez años antes.
En Checoslovaquia, las multitudes exigían en las plazas públicas
acabar con el totalitarismo. Los estudiantes eran redes humanas para despertar
la conciencia contra la mano dura del régimen. Salieron a la calle a exigir
democracia y fueron reprimidos por la policía. Como respuesta del pueblo,
obreros y miles de estudiantes más se sumaron a las manifestaciones en contra
del régimen y no pararon.
Las manifestaciones masivas hicieron visible la lucha política
al mundo, pese a que eran ignoradas por los medios nacionales, porque eran
propiedad del gobierno. No hubo derramamiento de sangre, aunque el ejército
rondaba las calles. Los militares estaban listos para defender al régimen, pero
no para disparar contra civiles.
En aquella Checoslovaquia, increíblemente como en el México de
hoy, también hubo fervorosas ovaciones por el ciudadano medio que tenía una
idea predominante del orden como base de lo justo, y privilegiado en la
burocracia del régimen vivía en su zona confort. Incluso el discurso del poder
totalitario seducía a sus seguidores de mayor precariedad económica con el tema
de la eficiencia para resolver problemas que la democracia no tendría
condiciones para resolver.
Y aun así las multitudes no dejaban de rugir contra la represión
y el encarcelamiento de sus compañeros, opositores y activistas, contra la
confiscación de bienes, contra la depredación sistemática al pueblo, mientras
el régimen hacía esfuerzos sin descanso para crear una imagen de aparente
unidad al mundo.
México 2012. El PRI nunca ha dejado de tener el poder. Hay
suficientes elementos de análisis para sostener que las alternancias
gubernamentales fueron acordadas, convenidas con la simulación de oposición
panista. Para muchos mexicanos esto no es novedad. A la distancia que nos da el
tiempo, lo vemos más claro.
Carlos Salinas de Gortari asumió el poder presidencial en 1988,
por medio de un fraude electoral. En aquel tiempo, el IFE recién creado como
tal, actuó igual que ahora, minimizando el fraude y poniéndose a las órdenes de
Salinas. Ni tampoco ha dejado de utilizar intelectuales y periodistas que sin
pudor ponen su nombre para darle “credibilidad” al performance de la
“transición”.
El Legislativo también se ha sometido sin chistar. Y esos seis
años del PRI fueron depredación, represión, magnicidios y masacres silenciadas
Salinas, como el régimen totalitario, también hizo un esfuerzo
especial por mantener la imagen de una nación dinámica frente al mundo, y se
encargaba casi personalmente de mantener a los medios contentos, muy contentos.
Fue la diferencia con sus sucesores.
En los siguientes doce años no cambió nada, excepto que a la
clase política se le soltó el cinismo. Los políticos con más avaricia se
convirtieron en narcotraficantes y los narcos querían saber lo que era el poder
del erario, ambos sin disimularlo. Así se crearon los compadrazgos entre
funcionarios públicos y líderes de los cárteles, se compraron curules y cargos
públicos, volvieron adicto al ejército, sicarios a los federales, quitaron del
camino a quien estorbaba sus planes, desde Luis Donaldo Colosio hasta valientes
líderes de sindicatos, jueces honestos y activistas de derechos humanos; y
siguieron manteniendo contentos, muy contentos, a los medios.
Éste es el contexto del México que enfrentamos hoy, un régimen
secuestrado por el narcopoder desde 1988. Un México donde los ciudadanos tienen
que adaptarse al molde que oficialmente se impone “por seguridad”. Al mínimo
desacuerdo, se aplica la fuerza, se lanza la amenaza de muerte; y si se
persiste, la muerte misma, como medida de terror.
El narcopoder no puede mantener este régimen sin policías ni
militares drogados, sólo así pueden cruzar la línea y perpetrar feminicidios y
asesinar sin vacilación a jóvenes inocentes. El narcopoder necesita de un poder
judicial subyugado con riquezas, propiedades, viajes, con becas totales para
sus hijos en las escuelas privadas de elite en Europa. Todo esto porque
necesitan que los magistrados les garanticen impunidad.
El narcopoder necesita diputados y senadores dependientes del
alcohol y de la cocaína para volverlos sumisos. Un asunto doméstico ya entre
ellos, como el de las casas de prostitución a domicilio de Polanco. Los más
perversos se convierten en depredadores sexuales de niños y jovencitas
adolescentes, como ya han sido denunciados por Lydia Cacho, a quien para evitar
matarla porque eso distraería mucho por ahora, la expulsaron del país con
amenazas. La propia realidad de los legisladores, pues, los pone de rodillas al
narcopoder.
En este escenario surgió hace seis años la única posibilidad de
transformación: el triunfo electoral, pacífico, de Andrés Manuel López Obrador.
Pero se le dio la espalda.
Ahora, en esta elección del 2012, los partidos políticos,
voraces y sometidos, trabajaron tanto en aparentar la democracia, que los
delitos electorales se les desbordaron. Los medios, sirvientes corruptos y
arrogantes, fueron incompetentes en legitimar el 1 y 2 de julio el supuesto
triunfo de Peña, porque no pudieron competir con la información que daban las
redes sociales, una pesadilla para los criminales.
No hay que olvidar que el lavado de dinero es un crimen que se
persigue internacionalmente, y está estrechamente vinculado con mafias que
cometen otros crímenes no de menor gravedad, como desapariciones forzadas,
tráfico de drogas y corrupción de autoridades. No es pues, un asunto meramente
financiero, de rebase de tope de campaña en lo que incurrió el PRI, aunque los
medios lo callen y el IFE insista en ignorarlo.
A muchos mexicanos les parece exagerado exigir la invalidación
de las elecciones, porque lo ven como un asunto de disputa electoral al estilo
sueco, en abstracción del cinturón de criminalidad que rodea el fraude. No
obstante, se trata de políticos y medios amafiados no sólo para legitimar la
elección, sino para disimular el golpe de estado que se está perpetrando.
El golpe lo están dando los magistrados que simulan calificar la
elección, cuando lo que está en juego es un crimen de índole judicial. Un solo
ejemplo, del sesgo del Tribunal Electoral es la sentencia en favor de Marco
Antonio Blázquez Salinas, con denuncias de peculado e íntimo amigo del
narcotraficante Jorge Hank Rhon. Destituyó a un verdadero político de izquierda
en la candidatura al Senado por Baja California que tenía treinta años de lucha
social, Juan Pablo Leyva Rodríguez. Este lo demandó y los magistrados
favorecieron al narcotraficante sin siquiera tener militancia en el partido
Movimiento Progresista. La verdadera izquierda fue desplazada y el partido
desprestigiado. Menciono uno de los casos menos conocidos.
El golpe lo está dando el IFE, el principal sirviente de Salinas
de Gortari, Leonardo Valdés Zurita, con descarado cinismo, que se ha convertido
en el defensor del PRI en flagrante violación de los derechos políticos de los
mexicanos.
El golpe lo están dando las cúpulas de los partidos políticos
que simularon ser oposición y dejaron filtrar a narcotraficantes y a corruptos
de Televisa.
El golpe lo está dando Enrique Peña Nieto, que sin haber ganado
la elección, e ignorando toda demanda en su contra, con expediente abierto en
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por los atentados contra su
expareja homosexual, con expediente abierto ante la Comisión Nacional de
Derechos Humanos por el mismo caso y por el de Atenco, con denuncias de
financiamiento ilegal de su campaña, lavado de dinero y peculado, ya está
fungiendo como presidente. Ya lanzó a sus serviles legitimadores del poder, el
boletín de prensa para anunciar que impulsará en septiembre la ley contra la
corrupción.
El golpe significa una violación a la Constitución, a los
protocolos institucionales, a leyes electorales, y una violación a nuestra
dignidad.
A diferencia de México, en Checoslovaquia, los medios fueron el
punto de inflexión en el cambio del sistema, porque advirtieron que se pondrían
en paro nacional junto al pueblo si no los dejaban transmitir las noticias con
veracidad.
Hoy, los mexicanos no contamos con los medios, pero tenemos las
redes sociales que a pesar de no llegar a toda la población mexicana somos
millones que hemos despertado y nos hemos sumado a las convocatorias de
conciencia.
Es nuestro poder independiente, libre, global, que el narcopoder
no puede tocar, y menos a quienes estamos fuera de México. Ya lo demostramos en
todo el proceso electoral, ahora falta en la defensa de la democracia.
México necesita el apoyo hoy. Y no necesitamos armas.
Necesitamos solidez y valor para parar este golpe. La lucha no puede ser sólo
política, porque ellos son una mafia que recurre al tráfico de influencias y
corrupción.
La lucha tiene que ser ahora también económica. Las
movilizaciones masivas son indispensables para llamar la atención del mundo
sobre lo que sucede y para mostrar nuestra fuerza y autoestima colectiva, pero
la ofensiva final tiene que incluir la huelga general. Es necesario para cerrar
la llave del erario y como presión para que invaliden la elección. Lo que
derrocó el régimen totalitario después de que iniciaron las primeras
manifestaciones en Checoslovaquia, fue la huelga que paralizó al país el 27 de
noviembre de 1989. El régimen no lo resistió. El narcopoder tampoco lo
resistiría.
Pensemos juntos, el golpe ya está aquí.
Fuente:https://www.facebook.com/LosGastosPendejosDelPRIAN
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